Nadie puede negar que la belleza produce una satisfacción
singular para aquel que contempla o piensa en algo bello.
Es algo misterioso si nos paramos a pensar en ello.
Misteriosa es la satisfacción, que es distinta de todas las demás que podemos
obtener en la vida. Misterioso es el que a través de los sentidos o de la mente
podamos acceder a esa misma satisfacción. Misterioso es que estemos tan
acostumbrados a captar la belleza que al preguntarnos por ella nos quedemos en
blanco y no podamos apenas articular palabras para describirla. Misteriosa es
la belleza en sí misma.
Este es el objetivo de mi argumentación: La belleza y su misterio. La fascinación que nos produce la contemplación de lo bello, la adicción, el enamoramiento e incluso el compromiso a dedicar una vida completa, la única que tenemos, a ella.
Vamos a por el primer misterio: ¿Cómo definir el placer o
satisfacción que nos produce la contemplación de una persona o un objeto bello?
Decimos que algo es bonito o que es agradable. Parece que se nos alegra la
vista o que el oído nos transmite algo más que vibraciones en el aire. Es decir
hablamos de emociones.
La belleza nos emociona.
Si contemplo a una mujer bella siento un aunque sea leve
enamoramiento, una atracción.
Si me encuentro ante una flor bella el color, las formas y
el aroma me hacen notarme más vivo, por ejemplo, y posiblemente quiera
poseerla, tenerla en mi casa adornando un rincón para poder acudir a ella cada
vez que quiera sentir las mismas sensaciones que me transmitió el momento del
primer encuentro.
Si contemplo un cuadro que me resulta bello me puedo quedar
extasiado y ansío volver a verlo una y otra vez, parece que su contenido es
infinito. Durante y después de su visión puedo sentir alegría, la épica de la
imagen o el puro placer sensorial de las texturas y los colores.
Preguntarse sobre el origen del placer de estas emociones
puede resultar algo absurdo. Están ahí y ya está. Sin embargo la pregunta
aparece cuando reconocemos una cierta insatisfacción al no comprender lo que
nos pasa como espectadores de lo bello. Afortunadamente tenemos a la filosofía
como aliada para intentar dar una respuesta. Lo que nos emociona de la belleza
es la realización de nuestros deseos en el objeto bello, pero una realización
que no ha acabado y que por ello aún nos seduce. El placer de lo no conseguido
que se va consiguiendo.
Me enamoro de una persona porque la encuentro bella, porque no la “poseo” del todo, no la comprendo totalmente, la desconozco en parte, me sorprende su físico, su forma de ser y a la vez poco a poco la voy integrando en mi interior y eso me gusta. Si alguien fuera totalmente comprendido por nosotros dejaría de ser bello, atractivo.
Me enamoro de una persona porque la encuentro bella, porque no la “poseo” del todo, no la comprendo totalmente, la desconozco en parte, me sorprende su físico, su forma de ser y a la vez poco a poco la voy integrando en mi interior y eso me gusta. Si alguien fuera totalmente comprendido por nosotros dejaría de ser bello, atractivo.
Un jarrón me resulta bello si me llama la atención de una forma
agradable cuando lo veo. Cuando lo he visto durante mucho tiempo puede que ya
no me llame la atención y deje de ser tan atractivo.
Parece que el misterio de la belleza se mantiene desde el
momento en el que ser sentida implica la posibilidad de que quizás algún día el
objeto que nos proporciona esos placeres y emociones deje de hacerlo y por lo
tanto la belleza deje de anidar en él.
He hablado de la conexión entre la belleza y los placeres y
emociones, algo que parece remitirnos al mundo de lo sensorial y de los
sentimientos. Pero la belleza también aparece en lo puramente mental y produce los mismos efectos.
La belleza se comprende.
Si capto la simetría y armonía de un edificio éste me
parecerá bello y me gustará contemplarlo y dejarme llevar por la perfección de
sus líneas.
Si me encuentro con una argumentación filosófica bien
construida, expresada y precisa también me gustará y sentiré una satisfacción
al leerla y también al asimilarla y descubrir a dónde me lleva.
Si aprendo cosas que me resultan útiles siento la
satisfacción de encontrarme en un mundo que conozco y que puedo controlar.
¿Cómo es que lo sensorial y lo intelectual coinciden en
relación con las emociones y placeres? En principio no debería resultar extraño
desde que Kant señaló la mutua dependencia entre estas dos capacidades humanas,
pero durante muchos siglos ha habido una separación importante entre ellas y
aún hoy nos parece más normal relacionar lo bello con lo que vemos u oímos que
con lo que comprendemos. Parece que la belleza comprendida es de un rango
distinto que la sentida.
Sin embargo la belleza parece que puede ser el resultado
final de la actividad de la mente y de los órganos sensoriales ¿cómo es que
siendo distinta belleza se reconoce como la misma? Mientras que la satisfacción
de la belleza sensorial puede ser menor con el tiempo como decía en líneas
anteriores, la satisfacción de la belleza intelectual algunos dirían que no
disminuye nunca.
Puede parecer que lo que hace que demos a la belleza
sensorial un carácter de más autenticidad sea precisamente que la belleza debe
ser efímera y por ello más intensa que la belleza intelectual, que las
emociones y placeres de la primera son más “naturales”. Todo esto forma parte
de nuestro segundo misterio. La belleza que captamos puede ser la misma y
distinta dependiendo de si es intelectual o sensorial.
Entonces ¿podemos hablar de la belleza como si nos
refiriésemos a una única cosa?
De la belleza hablamos sólo traicionándola.
Si echamos un vistazo a toda esta argumentación nos encontraremos
que no hemos dicho todo lo que se puede decir de la belleza, pero no sólo por
lo poco que encontramos aquí escrito sino porque parece que cualquier
afirmación que hemos hecho sobre ella nos ha llevado a una duda, a pensar si lo
que hemos leído se corresponde realmente con ella. Es posible que en todo
intento de hablar de la belleza ésta desaparezca. La belleza no se dice, se
muestra.
Si yo describo un paisaje bello con palabras, la belleza no
está en lo que digo sino en lo que imagino en relación con visiones almacenadas
en mi memoria de paisajes bellos.
Si yo hablo en esta argumentación sobre la belleza ésta se
mostrará sólo en las ideas bellas que ya conozco y que asocio con las que leo.
Y a la vez parece que el hecho de hablar de ella ya produce
la sensación de hablar de una forma bella. He aquí otra de sus contradicciones
misteriosas.
Después de lo expuesto es fácil llegar a la siguiente
afirmación:
La belleza es misteriosa en sí misma.
Lo misterioso es lo desconocido que nos atrae o algo que
sabemos pero no todo. Seguramente reconocemos rasgos de la belleza en estas dos
definiciones.
Lo bello nos debe sorprender porque fascina, es exótico y
por lo tanto desconocido y desde luego nos seduce de la única manera que puede
darse la seducción ¿acaso hay algo que nos seduzca que no nos resulte bello?
Lo bello debe mostrarse para ser reconocido como tal, pero
se nos escapa, no lo comprendemos, es más no lo queremos comprender por miedo a
que desaparezca su encanto. Lo más bello es lo que queda más lejos de nosotros
y a la vez lo que más tiene que ver con nosotros, con nuestro deseo.
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